Los criptozoólogos, hasta la fecha, no han logrado demostrar la existencia de un solo críptido. Este es uno de los argumentos más consistentes por parte de los escépticos para mantener a la criptozoología como una pseudociencia. A pesar de lo que digan los cazadores de criaturas ocultas, esto es cierto; además, ninguno los “éxitos” de la criptozoología, ha sido realizado por ellos. Acontecimientos insignia de la Sociedad Internacional de Criptozoología, como el descubrimiento del okapi o el redescubrimiento del celacanto, no han sido realizados por criptozoólogos. Esto prueba, según los científicos anticriptozoológicos, que esta disciplina no es efectiva; se mantiene en el campo de la especulación y la posibilidad y no demuestra la eficacia típica de una ciencia.
Los criptozoólogos responden que las criaturas que estudian son escurridizas y se refugian en lugares recónditos, muy alejados del hombre. Pero a pesar de esta ausencia de críptidos descriptizados, hay algo que los detractores de esta materia no están tomando en cuenta. Todos esos hombres de ciencia que estuvieron detrás del descubrimiento de nuevas especies por algo más que simple casualidad, que precisamente, impulsaron la búsqueda de la verdad sobre animales rumoreados, si bien no se consideraban ellos mismos criptozoólogos (la criptozoología aún no existía), tuvieron eminentemente la “actitud criptozoológica” que explico en el capítulo I, y actuaron con métodos típicos de una investigación criptozoológica.
En la mayoría de casos, motivados por la curiosidad, sus ganas de desentrañar enigmas los llevaron a introducirse en interminables junglas de muchos países y lugares sin nombre, así como a varios otros parajes inhóspitos; y a realizar una labor digna de un criptozoólogo.
El estudio de las criaturas ocultas, aunque precario en un primer momento, existe desde que el hombre sintió la inquietud de averiguar acerca de ellas, el nombre en sí y su denominación como ciencia, desde que Heuvelmans lo creó.
viernes, 10 de julio de 2009
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